Este segundo Adán es el oro robado
y es el primer Adán que lo devuelve.
Oye lo que te digo, hermano en hierro:
eres tú mismo quien restituye la fruta.
Llevas tú mismo al hombro la cruz, y no lo sabes:
te diriges al centro del árbol y lo ignoras.
No ves cómo tu hierro se va trocando en plata,
según opera el Cristo que te asume.
Y eran talones puros (dos rosas castigadas)
y eran manos calientes (dos palomas de sangre)
los que se dirigían al centro con el árbol.
Y el oro caminaba, y tú detrás.
Leopolmo Marechal, El Heptamerón, El Cristo, 24.